Este fin de semana, España realizará el tradicional cambio al horario de invierno, retrasando los relojes una hora el domingo, extendiendo así la jornada a 25 horas. Esta medida, que se aplica desde hace 50 años, busca maximizar la luz solar en las actividades diarias, reduciendo así el consumo energético. Inicialmente adoptada durante la crisis del petróleo en los años setenta, el horario de invierno inicia en octubre y finaliza en marzo con el inicio del horario de verano. Sin embargo, el cambio de hora ha suscitado un debate creciente sobre su pertinencia. Las opiniones se dividen entre quienes argumentan a favor del ahorro energético y quienes sostienen que afecta la salud de las personas, especialmente en cuanto al sueño y el ritmo circadiano.
La controversia radica en si el ahorro energético justifica el cambio de hora, ya que algunos expertos, como María Prado de Greenpeace, afirman que este ajuste es clave para la integración de energías renovables, al facilitar el uso de fuentes limpias durante ciertas horas del día. No obstante, especialistas en salud del sueño, junto a sociedades científicas, defienden mantener un horario fijo, preferentemente el de invierno, por su alineación con los ritmos biológicos humanos. A pesar de estos debates, el cambio de horario se mantendrá en España al menos hasta 2026, en espera de una decisión europea sobre la posible eliminación de esta práctica. Actualmente, solo una minoría de países en el mundo, y algunos en Europa, continúan realizando ajustes en sus relojes, destacando entre estos Rusia, Turquía, Bielorrusia e Islandia, que han cesado esta práctica.
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