Las posadas navideñas, una de las tradiciones más arraigadas en México, alumbran el mes de diciembre con un sinfín de celebraciones que fusionan músicas, luces de bengala y dulces típicos. Originadas en el siglo XVI, estas festividades surgieron como un instrumento de evangelización durante la colonia, en un contexto de sincretismo cultural que unió elementos mesoamericanos y españoles. En sus inicios, las posadas comprendían misas de aguinaldo, que fueron autorizadas por el papa Sixto V a instancias de fray Diego de Soria en 1587. Las comunidades mesoamericanas, acostumbradas a celebrar en diciembre a Huitzilopochtli con ofrendas y estatuillas comestibles, adaptaron gradualmente estos rituales a las celebraciones cristianas, facilitando así la conversión al catolicismo.
Con el tiempo, las misas de aguinaldo salieron de los atrios e iglesias para inundar las calles con bulliciosas procesiones, música y danzas que involucraban a familias y vecinos. En el siglo XIX, las posadas evolucionaron hasta tomar la forma actual, con la inclusión de piñatas, ponche caliente y rezos, convirtiéndose en el eje de las festividades decembrinas en México. Celebradas del 16 al 24 de diciembre, estas fiestas no solo rememoran la búsqueda de albergue por parte de José y María antes del nacimiento de Jesús sino que también son una vivencia cultural que continúa adaptándose y enriqueciéndose con las particularidades regionales, manteniendo su relevancia como símbolo de la identidad mexicana.
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