En el actual contexto de inestabilidad política y geoestratégica, se vislumbran oportunidades que podrían cambiar el panorama europeo. La reelección de Donald Trump ha agudizado las tensiones entre Estados Unidos y Europa, destacando la dependencia tecnológica de esta última respecto a gigantes estadounidenses como Amazon Web Services, Microsoft Azure y Google Cloud. Esta situación plantea una reflexión urgente sobre la necesidad de que Europa desarrolle su propia infraestructura cloud, capaz de proporcionar servicios robustos y seguros, pero bajo el control y las normativas europeas.
La dependencia de infraestructuras tecnológicas extranjeras no solo define dónde se alojan los datos, sino también quién tiene el control final sobre ellos. Esto representa un riesgo estratégico latente, especialmente con las recientes preocupaciones sobre el futuro de los acuerdos de transferencia de datos entre la UE y los EE.UU., y la creciente instrumentalización política de la tecnología. Estos factores resaltan la urgencia de que Europa invierta en su propia nube, una entidad independiente y alineada con los valores europeos de protección de la privacidad y soberanía digital.
Durante años, empresas como Stackscale han demostrado que construir una nube europea es no solo factible, sino absolutamente necesario. Servicios cloud gestionados íntegramente desde Europa, bajo marcos legales propios, ya compiten con los grandes nombres globales, ofreciendo personalización y flexibilidad sin precedentes, además de cumplir estrictamente con las normativas europeas. Aunque muchas instituciones han tardado en reconocer esta necesidad, el momento actual exige una respuesta estratégica firme.
Apostar por el talento y la innovación del ecosistema tecnológico europeo no solo es una cuestión de preferencia económica, sino de seguridad y resiliencia estratégica. Esta transición, aunque compleja y lenta, es viable y requiere colaboración entre sectores industriales, políticos y ciudadanos. Se trata de ver el cloud no solo como un servicio tecnológico, sino como la base de una infraestructura crítica para el continente.
Es vital que empresas, gobiernos y ciudadanos europeos reflexionen sobre la gestión de sus datos y consideren las alternativas locales que ya están preparadas para asumir este desafío. La soberanía digital europea no es un objetivo a futuro, sino una necesidad presente. La capacidad de Europa para alcanzar una verdadera autonomía digital determinará su lugar en el nuevo orden global, y comenzar esa transformación depende de un cambio de mentalidad que priorice lo local para asegurar un futuro robusto y autónomo.