Donald Trump sigue generando turbulencias en la política comercial de Estados Unidos con la imposición de aranceles que oscilan en función de su estrategia personal y de presiones externas. El presidente ha elevado ostensiblemente los aranceles a las importaciones procedentes de China hasta un 125%, tras una serie de represalias mutuas. Sin embargo, ha brindado una tregua de 90 días para países que enfrentan recargos superiores al 10%, como Japón, Vietnam, y la Unión Europea. Esta medida temporal coincide con una tarifa universal del 10% para la mayoría de las naciones, impactando así el comercio internacional y fomentando un ambiente de incertidumbre económica. Las industrias del acero y aluminio, junto con el sector automotriz, permanecen bajo un gravamen del 25% que no se verá alterado por esta nueva medida, y se mantendrán con reglas específicas bajo el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC).
En el contexto europeo, los países han aprobado represalias por los aranceles estadounidenses sobre el acero y aluminio, afectando a un amplio conjunto de importaciones estadounidenses. Estos cambios se implementarán de manera escalonada, con la primera fase iniciándose el 15 de abril. Mientras tanto, Trump busca mantener la presión sobre México y Canadá con aranceles relacionados al fentanilo y la inmigración irregular, aunque eximiendo a productos que cumplan con el TMEC. Además, el fin de la exención de minimis afectará las pequeñas compras provenientes de China a partir de mayo. El presidente también ha introducido aranceles secundarios para países que adquieran petróleo de Venezuela, aunque su aplicación efectiva queda a discreción del secretario de Estado. Esta compleja trama arancelaria refleja las últimas maniobras en la política comercial de Trump, abriendo la puerta a posibles exenciones para ciertas empresas basadas en criterios poco claros, según afirma el mismo presidente, basados más en «instinto» que en lógica establecida.
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