En las profundidades del océano, un fenómeno asombroso protagonizado por las ballenas está cobrando cada vez más atención por su impacto en el ecosistema global. Un estudio del Instituto Noruego de Investigación Marina ha revelado que estos gigantes marinos, más allá de su papel como habitantes del océano, tienen una influencia significativa en la reducción del dióxido de carbono atmosférico. Los investigadores han descubierto que las heces de los rorcuales que migran al archipiélago de Svalbard contienen altos niveles de nutrientes, como fósforo, nitrógeno y hierro, esenciales para el desarrollo del fitoplancton. Este proceso de fertilización natural, impulsado por las más de 600 toneladas de heces excretadas por los rorcuales diariamente, contribuye a un 4% de la producción primaria de fitoplancton en la región, aunque el impacto real podría ser mayor al no considerar la orina de estos animales.
El fitoplancton, alimentado por los nutrientes liberados por las ballenas, juega un rol crucial en el ecosistema al absorber grandes cantidades de dióxido de carbono y convertirlo en oxígeno mediante la fotosíntesis. Los estudios señalan que estas algas diminutas pueden absorber aproximadamente 22 megatoneladas de dióxido de carbono al año, equiparando su capacidad a la de millones de automóviles en la mitigación del cambio climático. Además, una abundancia de fitoplancton sostiene una cadena alimenticia saludable en los océanos, desde los peces más pequeños hasta enormes mamíferos marinos. Proteger a las ballenas y fomentar sus poblaciones podría restaurar el equilibrio oceánico, destacando el papel esencial de estos cetáceos como catalizadores ecológicos en la preservación de la biodiversidad marina y la salud climática del planeta.
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