En una emblemática despedida frente a la columnata de Bernini en la Plaza de San Pedro, líderes de todo el mundo se congregaron para rendir homenaje al papa Francisco. El evento reunió figuras políticas de ideologías enfrentadas: desde líderes nacionalpopulistas como Trump y Orbán, hasta mandatarios como Lula y Macron, representando narrativas opuestas en la guerra cultural global. En este imponente escenario yacía el féretro del Pontífice, cuya trayectoria política se caracterizó por su decidida oposición a las posturas ultraderechistas, defendiendo causas como el medio ambiente y los derechos de los inmigrantes. Sus firmezas contrastaron con las divisiones internas del Vaticano y las críticas de los tradicionalistas.
Francisco, aunque no exento de críticas por ciertos gestos considerados populistas y su limitada acción a favor de las mujeres en la Iglesia, dejó un legado de carisma humanista. Su liderazgo resaltó frente al avance del nacionalpopulismo alimentado por la manipulación tecnológica. En un contexto donde «ingenieros del caos», como Steve Bannon y Cambridge Analytica, explotaron las nuevas tecnologías para desatar divisiones, el Papa propuso una resistencia basada en el humanismo y el contacto genuino. Frente a la deshumanización algorítmica, Francisco abogó por redes humanas como contrapeso, sugiriendo que la verdadera innovación contra las olas populistas podría residir en el regreso a valores fundamentales de empatía y humanidad.
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