La situación en la provincia rusa de Kursk se ha transformado de manera dramática para las fuerzas ucranias, que inicialmente conquistaron 1,300 kilómetros cuadrados en una ofensiva sorpresa en agosto de 2024. Un año después, el control sobre este territorio se ha reducido drásticamente, con Ucrania manteniendo solo un 20% del mismo. Vasil, un soldado ucranio, ilustra este contraste con vídeos personales: uno pasado, mostrando el optimismo de la victoria, y uno reciente, reflejando las duras condiciones actuales. La operación, respaldada por el entonces presidente ucranio Volodímir Zelenski, buscaba demostrar la vulnerabilidad del territorio ruso y obtener una ventaja para negociar con Vladímir Putin. Sin embargo, las circunstancias han cambiado, en parte debido al regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, quien suspendió temporalmente la ayuda en armamento e inteligencia clave para Ucrania, ejerciendo presión sobre Zelenski para obtener concesiones económicas y políticas.
El efecto del cese temporal de la ayuda estadounidense ha sido devastador para el contingente ucranio en Kursk. Las tropas ucranianas enfrentan un colapso del frente, según el Instituto para el Estudio de la Guerra, y se encuentran en riesgo de ser rodeadas por fuerzas rusas superiores, que han aprovechado el vacío estratégico creado por el congelamiento del apoyo estadounidense. La situación es tan crítica que el traslado de soldados ucranios se hace a pie, ante la amenaza de ataques aéreos en las carreteras controladas por drones rusos. Mientras que algunos líderes ucranios minimizan el impacto de la interrupción de la asistencia extranjera, Roman, un mando de inteligencia ucranio, destaca el desplazamiento de tropas élite rusas hacia Kursk como un factor decisivo. A pesar de la inminente reanudación de la ayuda estadounidense, el daño ya causado, tanto operativo como moral, ha dejado a las fuerzas ucranias debilitadas y con pocas opciones para revertir la situación en el corto plazo.
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