En un ambiente cargado de simbolismo y memoria histórica, Xavi Sarrià, reconocido por su papel en el grupo Obrint Pas, ofreció un concierto de despedida que resonó con las vibraciones de una València resistente y soñadora. La actuación evocó la fuerza de aquellos que alguna vez desafiaron el boicot institucional a la lengua y cultura valencianas. En su voz, ahora desgastada por el paso del tiempo y las innumerables noches de esperanza, resonaban ecos de antiguas utopías. Sarrià recordó las luchas pasadas, como la del antifascista Guillem Agulló y el activista Miquel Grau, quienes encarnaron la resistencia frente a la opresión. El público, compuesto de jóvenes y veteranos que alguna vez alzaron sus puños al viento, cantó junto a él, aunque el entorno ahora era diferente: las emociones y sueños de antaño se percibían distantes, como las primeras canciones que dieron vida a su movimiento.
Mientras tanto, en un eco a miles de kilómetros, la figura del Palleter resurgió en Singapur, simbolizando la lucha del aficionado valenciano Dani Cuesta contra el magnate Peter Lim, quien controla el Valencia CF. Este hecho subraya la ironía de cómo un simple acto simbólico puede despertar más controversia que los problemas estructurales del club y su afición desencantada. Cuesta, etiquetado como El Palleter de Singapur, encontró en una pegatina el motivo para cuestionar el poder, inmortalizando un momento donde el patriotismo valenciano es etiquetado de travesura o tontería, sin llegar a ser nunca un verdadero problema. En medio de estas luchas, se observa a individuos que, en su cotidianidad, lidian con propias trincheras invisibles, desde una madre enfrentando insultos en la escuela hasta la inmigrante sudamericana que acompaña a una anciana, cada uno con su pequeña cruz. Estos fragmentos de la vida resaltan el pliegue de una patria entre lo grandioso y lo humilde, donde las auténticas batallas a menudo quedan fuera del foco popular.
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