En la fértil región de la Vega del Tajuña, una empresa madrileña se ha erigido como un bastión de la agricultura sostenible, revitalizando el campo mediante prácticas que honran al medio ambiente y rescatan antiguas variedades de cultivos. La finca en cuestión, con siglos de historia, ha encontrado un delicado equilibrio entre tradición e innovación. En sus hectáreas, se extienden un huerto experimental, una almazara y una bodega, donde se procesan productos con métodos que eliminan los atajos industriales habituales. La dedicación por producir alimentos íntegros y saludables se refleja en cada paso del proceso, desde la siembra hasta la mesa, garantizando que el consumidor reciba productos cultivados y elaborados con el máximo respeto por la naturaleza.
La finca centenaria no solo se enfoca en la producción, sino también en la preservación de variedades agrícolas que han caído en el olvido, apostando por una diversidad genética que enriquece tanto el paladar como la tierra. Su modelo de negocio responde a una creciente demanda de transparencia y calidad en lo que comemos, reivindicando los sabores auténticos que se pierden en la masificación del mercado. Esta aproximación no solo promueve una alimentación más saludable, sino que también se compromete con la sostenibilidad, implementando prácticas agrícolas que trabajan en armonía con el ecosistema. Así, esta empresa se establece no solo como un proveedor de alimentos, sino como un guardián de los valores que alimentan una relación regenerativa y consciente con la tierra.
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