En un apasionante enfrentamiento en Sevilla, el Real Madrid demostró su capacidad para resurgir incluso en situaciones adversas. A pesar de presentar una defensa vulnerable y un ataque descoordinado, el equipo supo mantener su ritmo, guiado por su historia y por un despliegue de pura velocidad. El Barça, por su parte, mostró un juego más consolidado y alegre, navegando con comodidad en todas las competiciones. No obstante, el encuentro fue un emocionante espectáculo donde el Madrid, usualmente derrotado por su propio fútbol limitado, decidió enarbolar su espíritu inquebrantable para recordar a todos su grandeza. La banda derecha, asediada desde la lesión de Carvajal, vio alinear a Lucas Vázquez y Rodrygo, sirviendo de escenario a un duelo donde el Barça intentó imponer su fuerza, aunque con la misma inseguridad que el primer paso de un astronauta en la luna.
La segunda parte del encuentro confirmó la esencia del Real Madrid, un club que transforma la presión en inspiración, avivando a su afición con cada cambio estratégico. La salida de figuras como Güler, Modric y Mbappé revitalizó al equipo, que encontró en Sevilla el aliento necesario para rugir hacia la victoria. Con el estadio convertido en un hervidero de emociones, el Madrid encarnó su leyenda, aquel equipo capaz de sobreponerse a las adversidades y hacer creer a sus seguidores lo improbable. Este reencuentro con su mística permitió a los blancos demostrar por qué son a menudo considerados un fenómeno del fútbol: no solo por su talento con el balón, sino por su habilidad para encender los corazones, siempre confiados en su capacidad de ganar.
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