En un giro dramático en Oriente Próximo, la organización chií libanesa Hizbulá se enfrenta a un reto monumental tras la muerte de su líder Hasan Nasralá, asesinado en un ataque israelí. El hecho, considerado como un «tsunami político y militar» por expertos, ha dejado a Hizbulá no sólo sin su guía clave, sino también con gran parte de su cúpula militar eliminada en las últimas semanas. Este golpe ha desmantelado en gran medida las estructuras que la organización había construido con el apoyo iraní durante las últimas tres décadas, inmiscuyendo a sus miembros en una carrera contrarreloj para identificar topos y resolver fallas de seguridad cruciales. En paralelo, Israel ha intensificado su campaña con bombardeos que han matado a decenas de combatientes y desplazado a miles de libaneses.
Tras la muerte de Nasralá, Hizbulá nombró al clérigo Hashem Safi al Din como su nuevo líder, enfrentándose al desafío de tapar las fallas de seguridad y reconstruir su comando mermado. Aunque la organización mantiene una estructura resiliente gracias a su red horizontal y un arsenal significativo de cohetes y drones proporcionado por Irán, el impacto del golpe es incuestionable. Los analistas advierten que Hizbulá, pese a su debilitamiento, sigue siendo capaz de llevar a cabo ataques y mantener su papel preponderante en el Líbano. Sin embargo, la nueva etapa augura una ardua tarea de reestructuración interna, mientras analistas señalan un cambio potencialmente duradero en el statu quo de la región, alimentado por la determinación de Israel y el respaldo de Estados Unidos en esta ofensiva.
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