Las protestas en Serbia han alcanzado un punto crítico, marcadas por la renuncia del primer ministro Miloš Vučević en respuesta a la persistente presión de los estudiantes. Durante semanas, miles de serbios, liderados principalmente por jóvenes, han tomado las calles de Belgrado y otras ciudades, manifestando su descontento ante una percibida corrupción gubernamental. La chispa de esta ola de manifestaciones fue la tragedia en la estación de tren de Novi Sad, donde 15 personas murieron después de que colapsara una parte de la infraestructura recientemente renovada. Los manifestantes, en su mayor parte estudiantes, exigen transparencia y justicia, señalando la corrupción como culpable de la tragedia y solicitando cambios estructurales en el gobierno.
El presidente Aleksandar Vučić, un veterano líder populista, se enfrenta a uno de los mayores desafíos de su mandato de una década, con una confianza en el gobierno erosionada tanto nacional como internacionalmente. A pesar del colapso del gabinete y el llamado del primer ministro Vučević a una “remodelación gubernamental”, los opositores y organizadores de las protestas han calificado tales acciones como medidas “cosméticas” insuficientes para abordar los problemas de fondo. La comunidad internacional, incluida la Comisión Europea, ha mantenido un enfoque reservado, instando al diálogo mientras denuncia los ataques contra manifestantes. Serbia se encuentra en una encrucijada política, con la demanda creciente de una reforma electoral que marque el inicio de una transición democrática genuina.
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