En cada aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, se reitera el llamado global para el desarme nuclear, evocando los devastadores impactos de las armas atómicas. Líderes mundiales y organizaciones pacifistas destacan la urgencia de establecer medidas más estrictas para prevenir una posible catástrofe nuclear. Sin embargo, este clamor por la paz y la seguridad contrasta fuertemente con la realidad actual, donde las principales potencias nucleares continúan destinadas a incrementar sus arsenales. Países como Estados Unidos, Rusia y China, entre otros, redoblan sus esfuerzos en modernizar y expandir sus capacidades nucleares, justificando estas acciones en el contexto de seguridad nacional y disuasión estratégica.
A pesar de los compromisos internacionales previos y los tratados existentes destinados a la no proliferación, las inversiones en armamento nuclear persisten, incluso enfrentándose a críticas de la comunidad internacional. Según informes, estas naciones invierten miles de millones de dólares anualmente en desarrollar tecnologías más avanzadas y mortales. Este incremento en el gasto militar es preocupante, ya que aleja aún más la posibilidad de alcanzar un mundo sin armas nucleares, manteniendo al planeta en un precario equilibrio entre la disuasión efectiva y el riesgo de un conflicto de consecuencias incalculables.
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