La relación entre Estados Unidos y América Latina ha estado marcada históricamente por temas centrales como el tráfico de drogas y la migración, lo que ha influido significativamente en el discurso político de Washington. Durante décadas, el flujo de cocaína desde Colombia a través de la región ha sido un tema recurrente, desplazado parcialmente al centro del debate por la crisis de opioides que afecta a Estados Unidos. Actualmente, la migración es un asunto de alta relevancia, principalmente en el contexto de la campaña electoral, donde figuras políticas como Donald Trump han utilizado retóricas controvertidas para estigmatizar a los inmigrantes, pese a los beneficios económicos que estos aportan. Sin embargo, abordar la relación entre el norte y el sur del Río Grande únicamente desde estos ángulos resulta simplista; otros temas estructurales como el crimen organizado transnacional y las complejas relaciones bilaterales también demandan atención.
Por otro lado, la competencia geopolítica se ha intensificado con la creciente influencia de China en América Latina, generando un escenario en el que países de la región buscan balancearse entre Washington y Beijing. A pesar de que Estados Unidos sigue siendo un socio comercial vital, el papel de China es cada vez más notable, especialmente en Sudamérica, donde ha impulsado proyectos de infraestructura significativos como el puerto de Chancay en Perú y el metro de Bogotá. Además, el cambio climático y la sostenibilidad de los recursos naturales, como la Cuenca Amazónica, son temas críticos que requieren cooperación regional. Washington no puede permitirse actuar de manera aislacionista, política que predominó durante administraciones anteriores, si desea mantener su influencia en la región. Una agenda común y multidimensional, que contemple aspectos económicos, sociales, políticos y climáticos, resulta esencial para enfrentar los desafíos contemporáneos y aprovechar las oportunidades de un mundo cada vez más interconectado.
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