En un rápido giro de eventos, los rebeldes sirios han tomado Damasco tras 11 días de ofensiva relámpago, poniendo fin a más de medio siglo de régimen baazista y forzando la huida de Bashar al-Asad a Moscú. Este sorprendente desarrollo marca el fin de 13 años de guerra civil que han devastado al país. La población, aunque celebra el término de un régimen autocrático, se enfrenta a un futuro incierto. Los expertos señalan que, aunque el traspaso de poder parece ser pacífico, persisten serios retos debido a las divisiones internas entre las diversas facciones de la coalición insurgente. El primer ministro interino, Mohammad Ghazi al-Jalali, ha acordado con el grupo insurgente Hayat Tahrir al-Sham (HTS) una transición pacífica del poder, pero la cohesión entre los rebeldes es frágil, ya que la unión se cimentó principalmente en su oposición a Al Asad.
En este complejo panorama, surgen varios actores con intereses diversos. HTS, que alguna vez fue una filial de Al Qaeda, ha liderado la ofensiva y busca consolidar el poder. Al mismo tiempo, el Ejército Nacional Sirio (SNA), respaldado por Turquía, podría entrar en conflicto con HTS, especialmente por su lucha paralela contra las milicias kurdas. Las milicias kurdas, bajo las Fuerzas Democráticas Sirias, aspiran a mantener su autonomía en el norte mientras intentan forjar una Siria democrática. Además, el resurgimiento del Estado Islámico en el desierto sirio añade una capa de complejidad, con las fuerzas estadounidenses realizando bombardeos preventivos para evitar su consolidación. La comunidad internacional observa con cautela cómo estos grupos, llenos de tensiones latentes, podrían influir en la conformación de un nuevo orden en Siria.
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