Graciela Iturbide, notable fotógrafa mexicana, rememora su infancia en una estricta familia católica en el Distrito Federal de los años cuarenta. Hija mayor de 13 hermanos, creció bajo la influencia de una educación monacal que despertó en ella un interés por el silencio y las imágenes en blanco y negro de vírgenes y santos. Inicialmente interesada en la literatura y la antropología, su camino la llevó al cine y, eventualmente, al mundo de la fotografía bajo la tutela de Manuel Álvarez Bravo. Iturbide aprendió a capturar la esencia de la cultura mexicana, inmortalizando las vidas indígenas, los rituales y el alma del país. Su obra la estableció como pionera de la fotografía moderna en Latinoamérica, especialmente tras su proyecto en Juchitán, Oaxaca, que le abrió las puertas a la escena internacional.
A sus 83 años, Iturbide celebra el reconocimiento del Premio Princesa de Asturias de las Artes, un logro que recibió con sorpresa y orgullo. Desde su casa en Coyoacán, comenta sobre su carrera, marcada por la influencia de Álvarez Bravo y otros artistas clave como Francisco Toledo. Iturbide refleja sobre la profunda conexión con su país a través de su cámara, explorando cuestiones de identidad, misticismo y el alma humana. Famosa por sus retratos de las mujeres zapotecas y su mirada crítica hacia las etiquetas como el surrealismo, la fotógrafa destaca su compromiso con una representación genuina de la vida en México. A pesar de los desafíos actuales, su legado continúa inspirando a fotógrafos y artistas, solidificando su posición como leyenda viva de la fotografía.
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