En Lagos, Nigeria, la contaminación del aire es una crisis cada vez más grave, exacerbada por el uso generalizado de generadores diésel debido a frecuentes cortes eléctricos y la alta emisión de gases de escape en una ciudad con millones de vehículos en circulación. Esta crisis tiene repercusiones serias para la salud de sus habitantes, como lo ejemplifica el caso de Otonye Iworima, exatleta que ahora aboga por aire limpio tras ver varios de sus familiares sufrir enfermedades respiratorias causadas por la contaminación. Los combustibles utilizados en Nigeria contienen niveles de azufre significativamente más altos que los permitidos en regiones como Europa y Norteamérica, lo que contribuye al aire irrespirable lleno de partículas tóxicas.
Este problema de contaminación está vinculado a la exportación de combustibles de alto contenido sulfúrico desde Europa a África, un comercio que, si bien legal, es considerado «deshonesto» por expertos como Martin Blunt del Imperial College de Londres. La falta de regulación estricta en Europa permite que las refinerías y comerciantes desvíen estos productos hacia países africanos, explorando rutas de exportación que evitan restricciones nacionales, como se ha visto con los cambios en los envíos desde Bélgica a puertos españoles y luego a Nigeria. Este comercio ha facilitado la persistencia de las emisiones contaminantes en países africanos, subrayando la necesidad urgente de un marco regulatorio que mitigue el impacto de estos combustibles en la salud pública y el medio ambiente. Mientras Nigeria intenta implementar medidas más estrictas sobre el contenido de azufre, se destaca que una solución a este problema tendrá que ser política y regulativa, no solo comercial.
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