La financiación sostenible está emergiendo como un componente crucial en las estrategias financieras globales, integrando criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) en instrumentos como bonos y préstamos. Su propósito trasciende la mera rentabilidad económica, apuntando también a apoyar iniciativas en pro de la sostenibilidad ambiental y social. Esta tendencia no solo ha cobrado relevancia entre las compañías, mejorando el acceso a financiamiento y ampliando su base de inversores, sino que también representa una oportunidad significativa para la diversificación de carteras de inversión y contribuye a acelerar una economía más verde e inclusiva.
Un ejemplo destacado es Redeia, una empresa que ha liderado el camino en la incorporación de criterios sostenibles a sus prácticas financieras. Desde 2017, ha transformado su crédito sindicado en uno de financiamiento sostenible y ha emitido bonos verdes por más de 2,000 millones de euros. Estos bonos financian proyectos con un impacto positivo en el medio ambiente, como el desarrollo de infraestructuras para energías renovables. A pesar de los beneficios, la financiación sostenible enfrenta desafíos, como la falta de estandarización y transparencia. El nuevo estándar de bono verde europeo, en vigor desde diciembre de 2024, busca resolver estos problemas aumentando la confiabilidad del mercado y combatiendo el «greenwashing». Redeia tiene como meta que el 100% de su financiación sea sostenible para 2030.
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