El 24 de marzo de 2015, un avión de Germanwings que partió de Barcelona con destino a Düsseldorf se estrelló en los Alpes franceses, una tragedia que dejó a 150 personas sin vida. Cristina Subirats, una de las afectadas, perdió a su madre, Marta, cuando el vuelo GWI9525, en el que viajaba, colisionó deliberadamente por el copiloto Andreas Lubitz. La catástrofe dejó una marca imborrable en los familiares de las víctimas, quienes se reunieron en el aeropuerto de El Prat para recibir la devastadora noticia de que no había supervivientes. La forma abrupta en que se dio la información a los allegados impactó profundamente, dejando a muchos en estado de shock, como cuenta Narcís Motjé, quien lloró la pérdida de su hijo Jordi, de 37 años. La sensación de que algo podría haber cambiado el desenlace persiste entre los dolientes que reconstruyen escenarios alternativos en sus mentes para encontrar consuelo ante lo inevitable.
La investigación reveló que Lubitz, quien estaba al mando en el momento fatal, había ocultado sus problemas de salud mental, lo que provocó la discusión sobre las responsabilidades no asumidas por la aerolínea y las autoridades alemanas. La justicia francesa concluyó que la tragedia no era previsible, cerrando el caso en 2022 sin encontrar culpables más allá de Lubitz. Mientras tanto, las familias, agrupadas en asociaciones como la de Eduardo Ruiz, lucharon por mejores indemnizaciones y por cambios en la normativa que impongan controles más rigurosos a los pilotos para evitar futuros incidentes similares. Ante el décimo aniversario del siniestro, los familiares se preparan para un emotivo homenaje en Le Vernet, el lugar del impactante accidente, que aunque alguna vez estuvo impregnado de dolor, con el tiempo ha evolucionado hacia un espacio de reflexión y paz, según describe Cristina, quien encuentra en él un sentido de serenidad.
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