El mundo del toreo se viste de luto tras la muerte de Rafael de Paula a los 85 años en Jerez de la Frontera. Con una trayectoria marcada por su genialidad y episodios de inestabilidad, De Paula dejó huella en la tauromaquia del siglo XX, siendo admirado por su inigualable arte con el capote y su capacidad para crear momentos inolvidables en el ruedo. A pesar de las dificultades físicas causadas por una enfermedad congénita en sus rodillas, que lo sometieron a numerosas cirugías, su talento y pasión por el toreo le ganaron un lugar especial en el corazón de los aficionados. Recibió en 2002 la Medalla de Oro de las Bellas Artes en reconocimiento a su contribución al arte taurino.
Rafael Soto Moreno, su nombre de nacimiento, vivió una vida de contrastes: de la adoración popular a la soledad en prisión, siendo protagonista de algunos de los momentos más sublimes y memorables de la tauromaquia. Su legado se ve empañado por una carrera irregular, marcada por retiradas abruptas y episodios personales controvertidos. Nacido en el seno de una familia gitana, sus primeros pasos en el toreo fueron a los 13 años, guiado por una pasión irrefrenable que lo llevó a debutar en la plaza de Ronda en 1957. A lo largo de su vida, De Paula no solo fue un torero magistral, sino también una figura literaria y fotogénica, reconocida por su profunda sensibilidad y personalidad compleja.
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