La idea de un horizonte infinito y plano desafía nuestra comprensión del mundo, en el que la esfericidad es un hecho ineludible debido a la perspectiva orbital proporcionada por los satélites. Este artículo reflexiona sobre cómo la percepción humana de la geometría terrestre afecta nuestra comprensión de la naturaleza y del entorno. La visión de una tierra completamente plana sugiere la posibilidad de una superposición ilimitada de montañas visibles desde cualquier altitud, un «mar de carenas» que desafía la imaginación. Este concepto ensoñador contrasta con el mundo actual, más reducido y finito, donde las fronteras destacan por su inmediatez visual.
A pesar de los avances científicos, algunos todavía encuentran fascinante concebir un mundo sin curvaturas. En este sentido, la óptica del campesino, quien no se preocupa por el movimiento planetario, destaca una conexión práctica y urgente con la tierra. La verdadera riqueza está en cómo percibimos el entorno y la interacción eterna entre rotación y crecimiento. La dinámica del planeta, que rueda y crece, revela una confrontación entre la acción de girar y la necesidad de expandirse. En esta conexión, el horizonte se convierte en un símbolo del compromiso humano con su entorno, en un ciclo perpetuo donde sembrar permite apreciar el equilibrio entre la planura y la esfericidad de nuestro mundo.
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