Las fronteras del mundo son un testimonio de la interacción entre historia, geografía y política, con ejemplos que ilustran la diversidad y las singularidades resultantes de su evolución a lo largo del tiempo. Un ejemplo notable es la isla Hans, donde una disputa entre Canadá y Dinamarca sobre la soberanía de este islote llevó a la peculiar «Guerra del Whisky», en la que ambas naciones colonizaban simbólicamente la isla intercambiando botellas de sus bebidas nacionales. Tras años sin resolución, en 2022, finalmente se acordó dividir la isla, estableciendo una nueva frontera en un espacio que, aunque mínimo en extensión, es estratégico y cargado de simbolismo político en el contexto del Ártico.
Otro caso es el de Liberland, un autoproclamado micronación entre Croacia y Serbia, ideada por Vít Jedlička en 2015 como un modelo libertario que desafía las convenciones estatales tradicionales. Su creación en un territorio que ninguno de los países reclamaba formalmente, intenta ofrecer un espacio que priorice la libertad individual y minimice la intervención estatal, financiándose sin impuestos obligatorios y utilizando tecnología blockchain. No obstante, enfrentan serios retos debidos a la falta de reconocimiento internacional y de infraestructura, aunque logra captar simpatizantes globales. Estos ejemplos reflejan cómo las fronteras no solo demarcan territorios, sino que también son escenarios de desenvolvimientos históricos, políticos y culturales únicos.
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