El concepto de inteligencia artificial (IA) ha estado presente en la cultura y el pensamiento desde hace décadas. Según los diarios de Monterroso, ya en los años ochenta se discutía sobre su potencial y los obstáculos que impedían su desarrollo completo. Hasta el día de hoy, en 2024, esos desafíos persisten, y la línea divisoria entre la tontería y la inteligencia sigue siendo difusa. Una de las capacidades humanas, la de encontrar sentido en mensajes ambiguos o contradictorios, es especialmente difícil para las máquinas, más aún en una época donde lo extraño se ha vuelto común y lo corriente, extraño.
La evolución de la IA plantea preguntas sobre su capacidad para interpretar cambios sutiles en la percepción y significados humanos. Además, la tendencia hacia el escepticismo y la relativización de creencias, popularizada por figuras como Pirrón y resonante en frases de contemporáneos como el cineasta Albert Serra, añade otra capa de complejidad. La interacción temprana con funciones automatizadas, como las máquinas de adivinación del parque del Tibidabo en Barcelona en los años cincuenta, ya mostraba una fascinación por la inteligencia mecanizada. Hoy en día, todavía buscamos comprender cómo la IA podría encapsular el sentido y la cultura humana en sus procesos.
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