Polonia es un caso atípico en Europa Central y Oriental, manteniendo una postura de desconfianza hacia Rusia, a diferencia de otros países de la región como Rumanía, República Checa, Eslovaquia y Hungría, donde proliferan los partidos prorrusos. Rumanía, por ejemplo, ha visto el ascenso de Alianza para la Unión de los Rumanos (AUR) en las recientes elecciones, lo cual representa una preocupación para la Unión Europea. En las elecciones presidenciales rumanas, Călin Georgescu, un candidato sin afiliación política formal pero con inclinaciones hacia el Kremlin, lideró la primera vuelta, lo que alarmó a las fuerzas europeístas debido a su potencial impacto en la estabilidad de uno de los países clave de la OTAN. Georgescu, que utilizó TikTok como su plataforma de campaña, ha generado controversia por sus declaraciones a favor de la «sabiduría rusa» y tiene programada una disputa electoral contra la liberal Elena Lasconi en la segunda vuelta.
La influencia rusa en Europa del Este no solo se afianza a través de candidatos como Georgescu, sino también mediante partidos como el AUR que han atraído un significativo apoyo en Rumanía, destacándose como una fuerza ultranacionalista dentro del Parlamento. Este fenómeno se refleja también en otros países como Hungría, donde Viktor Orbán mantiene relaciones con Rusia, y en Bulgaria, donde partidos como Renacimiento y el Partido Socialista adoptan posturas pro Kremlin influenciadas por la corrupción endémica. Eslovaquia y la República Checa también presentan líderes con tendencias pro Putin, lo que se suma a la preocupante consolidación de la influencia rusa a través de figuras como Robert Fico y Andrej Babiš, respectivamente. Esta situación coloca a la región en una encrucijada, enfrentada a la disyuntiva entre avanzar hacia la integración con la UE o acercarse a una Rusia cuya intervención política busca desestabilizar a sus vecinos occidentales.
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