En un giro audaz y controvertido, los exdirectivos de Intel han emergido con una propuesta radical: sacar a la icónica empresa de bolsa, fragmentarla en cinco unidades y relanzarla. Esta iniciativa surge tras años de decisiones desacertadas que dejaron a Intel rezagada en el competitivo mercado de los semiconductores. Sus promotores, quienes en su momento apostaron por un modelo de integración vertical crítico en el declive de la compañía, ahora abogan por su desmantelamiento.
La propuesta, difundida por diversos medios tecnológicos, llega justo cuando Intel comienza a recuperar terreno. Apoyos recientes, como una participación pública de menos del 10% y una inversión del 5% por parte de NVIDIA, han renovado el optimismo sobre el futuro de Intel. Sin embargo, la propuesta, que busca escindir la fabricación del diseño, vender activos no nucleares y apartar el brazo de capital riesgo, pretende alterar profundamente la estructura de Intel.
Los defensores evocan casos como la ruptura de General Electric y AT&T para justificar el valor potencial de cada unidad separada. Pero los críticos señalan que los cálculos optimistas de hasta 100.000 millones de dólares por unidad no consideran los complejos ciclos de producto ni los desafíos inherentes a la manufactura avanzada, donde la experiencia acumulada y la inversión continua son esenciales.
En paralelo, la propuesta sugiere que un consorcio, liderado por el Gobierno estadounidense y gigantes de la tecnología, adquiera las acciones de Intel. Este acuerdo ambicioso también implicaría un compromiso de inversión de hasta 100.000 millones de dólares en una década para fortalecer la fundición de chips, buscando competir con pesos pesados como TSMC.
El conflicto de narrativas es evidente. Los defensores argumentan que sin la presión del mercado bursátil, la reestructuración sería viable, mientras que los críticos advierten sobre los peligros de fragmentar la innovación en un momento crucial para la competencia global en semiconductores.
El trasfondo de la propuesta es tanto una reafirmación de confianza en la manufactura occidental como un intento de reposicionar a Intel en medio de una creciente dependencia global de la fabricación avanzada. Sin embargo, los riesgos no son menores: posibles duplicidades de costos, complicaciones regulatorias y el posible impacto negativo en el talento.
A medida que se acerca el horizonte 2028 para la potencial ruptura y reconfiguración de Intel, las preguntas sobre la viabilidad de esta propuesta persisten. En el contexto de inversiones recientes y un renovado interés en la manufactura estratégica, el debate continúa en torno a si este plan es un movimiento necesario para revitalizar a Intel o un desenlace que podría fragmentar y debilitar su capacidad de innovación y liderazgo en la industria.
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