La filosofía de Francisco Javier Sáenz de Oíza, uno de los arquitectos más influyentes de España, ofrece una mirada introspectiva sobre cómo deberíamos percibir nuestras viviendas. Él defendía que las casas son más que meras estructuras; deben ser espacios vivos que se transforman y se enriquecen con el paso del tiempo y las experiencias de sus habitantes. Bajo esta concepción, se prioriza la vivencia auténtica sobre la mera estética o función estructural. La célebre frase suya, «Las casas no hay que ponerlas, hay que vivirlas y dejar que la vida deje sus marcas en ellas», resume su enfoque de permitir que las residencias sean testigos y recipientes de las historias de sus ocupantes, reflejando sus trayectorias y sueños.
Este concepto va más allá de una simple filosofía arquitectónica, sugiriendo una integración orgánica entre el espacio y la vida que en él se desarrolla. Oíza veía la arquitectura como una interacción entre el ser humano y el entorno, donde el hogar se convierte en un lienzo vivo que refleja el devenir de sus habitantes. Así, sus proyectos no solo cuidaban la estética, sino que también otorgaban una importancia cardinal a la funcionalidad y adaptabilidad de las construcciones, permitiendo que los moradores imprimiesen su esencia en cada rincón. Esta visión, aún vigente, invita a repensar cómo nuestras viviendas pueden y deben evolucionar junto con nosotros, transformándose en testigos silenciosos de nuestras vidas particulares.
Leer noticia completa en El Mundo.