Cada miércoles invernal, un grupo de profesionales se adentra en los inhóspitos paisajes del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Su destino son enclaves como los picos Cabeza de Hierro y Peñalara o El Nevero, conocidos por la acumulación de un denso manto nivoso. Con equipo especializado que incluye esquíes, raquetas, cascos y material de alta montaña, estos expertos se embarcan en una compleja tarea: el estudio detallado de la nieve.
Este trabajo es esencial para entender el comportamiento del manto nivoso y prevenir posibles riesgos. Para ello, utilizan herramientas como termohigrómetros, lupas y columnas de estratigrafía, que permiten examinar la estructura de la nieve. Su labor se divide en tres fases clave, comenzando con la recopilación de datos meteorológicos. Esto implica la medición de temperatura, viento y las condiciones del hielo, lo cual se registra en una ficha de observación meteorológica de montaña.
La siguiente fase explora los diferentes estratos de nieve. Aquí, los expertos identifican capas, evalúan la densidad, el contenido de aire y otros factores críticos para determinar la estabilidad del manto. Mediante pruebas de estabilidad, simulan el impacto del tránsito de esquiadores, evaluando cómo podrían reaccionar estos bloques helados bajo presión. Los datos recogidos se contrastan con información de otras áreas de la sierra para ofrecer un diagnóstico completo del estado nival.
Este meticuloso esfuerzo culmina en la elaboración de un boletín de riesgo de aludes, desarrollado por la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) cada fin de semana. Dicho informe categoriza los niveles de peligro del 1 al 5 y es crucial para la seguridad de montañeros, excursionistas y cuerpos de emergencia. Además, la información también llega al Canal de Isabel II. Esto permite estudiar el impacto del deshielo de la sierra en el caudal de los embalses de la empresa, garantizando una gestión eficiente de los recursos hídricos.
La meticulosidad de estos estudios y la coordinación interinstitucional son fundamentales para salvaguardar tanto el medio ambiente como a las personas que disfrutan y trabajan en las montañas. Estos esfuerzos continúan siendo vitales en la anticipación y gestión de los riesgos nevados, adaptándose a los desafíos del cambio climático y sus repercusiones en la alta montaña.