A pesar de la historia moralmente cuestionable de Europa en el contexto del colonialismo, las acciones recientes de líderes mundiales, como Donald Trump, resaltan la incapacidad del continente para actuar de manera unificada en asuntos cruciales como el conflicto en Ucrania. A medida que la guerra en Ucrania se aproxima a su tercer año, Trump ha decidido dialogar con Vladimir Putin al margen de los líderes europeos y del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, subrayando la débil posición europea en el escenario mundial actual. Mientras el panorama geopolítico se redefine, Europa parece encontrarse relegada, incluso al mismo nivel que China tiene asegurado un asiento en la mesa de negociaciones, pero no Bruselas.
La reciente cumbre en París, denominada irónicamente la «cumbre de pitiminí», no logró generar un consenso significativo entre los líderes europeos sobre el apoyo a Ucrania. Sólo Emmanuel Macron y Keir Starmer han mostrado disposición real para contribuir a la defensa de la soberanía ucraniana, en contraste con otros líderes que prefieren discursos grandilocuentes sin acciones concretas. Donald Tusk, primer ministro de Polonia, urgió a la necesidad de intensificar el gasto en defensa, planteando un dilema para Europa: alinearse con Trump aumentando su presupuesto militar, impulsar la creación de un auténtico ejército europeo, o confiar en que Putin sólo aspirará a una parte de Ucrania. Sin embargo, la mayoría de los líderes, incluido Pedro Sánchez, parecen más preocupados por preservar sus cargos que por afrontar estas decisiones con la valentía que requeriría la situación actual.
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