En una nueva e intensa escalada de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la administración Trump ha reactivado su ofensiva arancelaria con la imposición de una tarifa del 104% sobre las importaciones provenientes de China. La Casa Blanca dio a conocer esta medida en las primeras horas de hoy, en un intento de aumentar la presión sobre Pekín tras su negativa a retirar los aranceles recíprocos impuestos la semana pasada sobre bienes estadounidenses.
La industria tecnológica ha sido la primera en sentir el impacto de esta decisión. Apple, dependiente en gran medida de los componentes manufacturados en China, ha visto cómo sus acciones se desplomaron un 5% en la última sesión en Wall Street, representando una caída acumulada del 23% desde el comienzo de esta nueva fase de hostilidades comerciales. Este revés ha desplazado a la compañía de su posición como la empresa más valiosa del mundo, cediendo el primer lugar a Microsoft, que ha resistido mejor la presión del mercado. Otras gigantes tecnológicas también sufrieron caídas significativas: NVIDIA, Amazon y Alphabet/Google cerraron la jornada en rojo, con descensos de 1,37%, 2,62% y 1,78% respectivamente, mientras que el gigante neerlandés de semiconductores ASML cayó un 3,32%.
Los nuevos aranceles están destinados a duplicar el coste impositivo de productos chinos en EE.UU., afectando especialmente a smartphones, ordenadores y otros dispositivos electrónicos. Expertos señalan que el precio de un iPhone podría sobrepasar los 3.000 dólares, frente a los actuales 1.200 dólares. Esta expectativa ha adelantado las compras en Estados Unidos, mientras los consumidores intentan esquivar la inminente subida de precios.
El expresidente Trump argumenta que grandes compañías como Apple deberían trasladar su producción a suelo estadounidense, alegando la existencia de mano de obra y recursos suficientes para tal empresa. No obstante, el consenso entre expertos es que, a corto plazo, la fabricación de un iPhone en EE.UU. con la actual escala es inviable. La manufactura de componentes y ensamblaje es parte integral de una compleja cadena de suministro ubicada principalmente en Asia, donde los costos son considerablemente inferiores.
Empresas como TSMC e Intel han sido presionadas para establecer centros de producción de chips en EE.UU., pero los analistas advierten que esto podría deteriorar su competitividad en el mercado internacional. Asimismo, compañías como Apple han comenzado a diversificar sus operaciones, trasladando una parte de su producción a países como Vietnam o Brasil, que podrían estar también en la mira de futuras restricciones comerciales.
Esta nueva fase de tensiones comerciales comenzó la semana pasada cuando EE.UU. impuso un arancel del 34% sobre productos chinos. China respondió con medidas similares, y Trump ha amenazado con continuas alzas si Pekín no da marcha atrás. Con el reciente incremento del 50% adicional, el arancel total alcanza el 104%. La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) anunció que los nuevos aranceles comenzarán a regir a partir de esta medianoche.
La decisión de imponer aranceles tan altos podría marcar un punto de inflexión en las relaciones económicas globales. EE.UU. parece decidido a repatriar la producción hacia su territorio, rompiendo con décadas de globalización. China, por su parte, mantiene su postura firme. Más allá de ser una disputa comercial, la confrontación es también una batalla por el dominio tecnológico y el liderazgo económico global. Mientras tanto, la incertidumbre reina en los mercados y los consumidores estadounidenses podrían ser quienes sufran primero las consecuencias inmediatas de esta política. A largo plazo, podría derivar en una desaceleración de la innovación y una reconfiguración del mapa tecnológico mundial.