El estado de salud del pontífice ha suscitado preocupación tras conocerse que su función renal está siendo comprometida debido al tratamiento con antibióticos para combatir una neumonía bilateral. Los especialistas han indicado que el uso prolongado de ciertos antibióticos puede tener efectos adversos sobre los riñones, una situación que se ve exacerbada por la probable disminución en la presión arterial que también enfrenta el líder religioso. Esta combinación de factores ha generado alarma entre los seguidores y la curia, quienes ahora evalúan cuidadosamente los pasos a seguir para no agravar su delicada situación de salud.
Desde el Vaticano han señalado que se están tomando todas las precauciones necesarias para asegurar el bienestar del pontífice, pero las noticias han desatado un torrente de especulaciones sobre cómo estos problemas de salud podrían influir en sus futuras apariciones públicas y en la capacidad para desempeñar sus funciones. Sin embargo, fuentes próximas a la Santa Sede han comunicado que, a pesar de estas complicaciones, el pontífice mantiene un espíritu firme y está recibiendo atención médica de primer nivel. La situación subraya la vulnerabilidad a la que se enfrentan incluso los líderes más influyentes del mundo cuando se trata de cuestiones de salud.
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