Este domingo marcó un punto de inflexión en la historia reciente de Siria, con indicios de un posible final para el régimen de Bashar Asad, quien ahora reside como huésped en Rusia tras años de conflicto civil. La ciudad de Doha se convirtió en el centro de una crucial serie de discusiones diplomáticas con un foco en la inclusión y la paz, encaminadas a transitar hacia un nuevo orden después de 53 años bajo la dinastía Asad. Los líderes internacionales, incluidos Rusia, Turquía e Irán, coincidieron en la necesidad de preservar las instituciones del Estado y formar un gobierno que represente a todas las facciones del país. El enviado especial de la ONU para Siria, Geir O. Pedersen, enfatizó la urgencia de permitir que el pueblo sirio diseñe su propio futuro, buscando ayuda y apoyo internacional para restaurar una Siria unida.
El reto principal reside en gestionar una transición política que respete el diverso tejido social y sectario de Siria, que abarca desde musulmanes suníes hasta alauíes, chiíes, drusos y cristianos. Las organizaciones islamistas, encabezadas por Hayat Tahrir al Sham, deben garantizar un reparto equitativo del poder para evitar el caos y la radicalización. En este contexto, la potencial resurgencia del Estado Islámico plantea un peligro inminente, aprovechando el vacío de gobierno durante el frágil proceso de transición. Las relaciones con actores externos como Irán y Rusia, que apoyaron al régimen de Asad, también deben reconfigurarse, sumando otro obstáculo en el camino hacia la estabilidad política y social del país.
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