Con la llegada de agosto y una intensa ola de calor que está llevando los termómetros por encima de los 42 °C en numerosas regiones, España entra en una fase crítica de la temporada de incendios forestales. Aunque la primavera fue especialmente lluviosa y no existe una sequía estructural, el calor extremo y la baja humedad relativa —por debajo del 20 % en muchas zonas— están secando rápidamente la vegetación. Este fenómeno ha generado un escenario propicio para la propagación rápida del fuego.
Calor, viento y baja humedad: una combinación letal
El riesgo de incendios forestales depende de múltiples factores meteorológicos que, en esta ocasión, están alineados de forma especialmente peligrosa. La alta temperatura favorece la evaporación y el secado de los combustibles vegetales; la humedad baja convierte en inflamable la vegetación, incluso aquella que creció vigorosa en primavera; y el viento contribuye a la expansión del fuego y a la creación de focos secundarios.
Además, se ha registrado la presencia de tormentas secas, con rayos pero sin precipitaciones, que agravan el riesgo de ignición en áreas forestales.
El cóctel perfecto: canícula y vegetación exuberante
El verano y el inicio del otoño son los periodos de mayor peligro debido a la combinación de calor sostenido y escasez de lluvias. A pesar de que los embalses superan el 60 % de capacidad gracias a las lluvias primaverales, la vegetación generada durante esos meses se ha convertido ahora en un problema. El crecimiento de herbazales que superan los dos metros de altura y la presencia de especies altamente inflamables, como jaras y pinos resineros, crean un cóctel perfecto para que el fuego se expanda con rapidez.
El índice de riesgo de incendio forestal (FWI, por sus siglas en inglés), que integra datos de temperatura, viento, humedad y precipitaciones, muestra niveles alarmantes en gran parte del país.
Causas humanas, abandono rural y presión urbanística
A pesar del papel determinante del clima, la mayoría de los incendios en España siguen teniendo un origen humano. Las causas van desde negligencias hasta acciones intencionadas, muchas veces vinculadas a intereses económicos o conflictos sociales. A esto se suma el abandono progresivo del mundo rural, que ha reducido la capacidad de vigilancia y gestión de los montes.
Aunque existe legislación para prevenir y sancionar estos delitos, la aplicación efectiva de la ley y la dotación de recursos siguen siendo insuficientes. La presión urbanística sobre zonas quemadas añade un elemento de controversia y dificulta la recuperación del territorio.
Un desafío social y ambiental
España cuenta con una masa forestal de gran valor ecológico, que desempeña un papel crucial en la lucha contra el cambio climático y en la sostenibilidad económica de muchas regiones. Su conservación exige un enfoque global que incluya no solo prevención y extinción de incendios, sino también políticas de desarrollo rural.
En este contexto, iniciativas como el programa Hombre y Biosfera de la UNESCO, que promueven el equilibrio entre conservación y actividad económica en entornos rurales, se perfilan como herramientas clave para revertir la tendencia actual y proteger los recursos naturales a largo plazo.
Con agosto aún por delante y temperaturas que no dan tregua, el país afronta semanas decisivas en la lucha contra los incendios forestales. La colaboración ciudadana, la prevención activa y una gestión forestal adecuada serán esenciales para evitar una catástrofe ambiental.