Mohammed, Diana y Basel, jóvenes residentes de Beirut, esperan con ansias el anuncio de un alto el fuego entre Israel y Líbano, impulsado por Estados Unidos y Francia. Han pasado más de dos meses viviendo las restricciones impuestas por la guerra, como la educación virtual y la falta de acceso a espacios recreativos al aire libre, ya que los patios de las escuelas están ocupados por desplazados del conflicto. Las autoridades han convertido el 40% de los colegios en refugios improvisados, y esto se refleja en sus rutinas diarias. A mediados de septiembre, el estallido de hostilidades tras la detonación de equipos de comunicación por el Mosad y los posteriores bombardeos israelíes, que resultaron en más de 250 muertes, provocaron el cierre de la mayoría de escuelas, manteniendo a cientos de miles de estudiantes lejos de sus aulas habituales.
El comienzo gradual de la actividad escolar en ciertas áreas desde principios de noviembre ha sido un respiro parcial para la comunidad educativa. Sin embargo, la incertidumbre persiste, y las familias deben decidir diaria y estratégicamente si enviar a sus hijos al colegio, donde la asistencia ha fluctuado significativamente. La educación, aunque adaptada a las circunstancias, se ve afectada por la falta de recursos tecnológicos y las constantes interrupciones, complicando la enseñanza a distancia. En un país asolado por la guerra y con un alto número de refugiados, el impacto en la infancia es devastador, afectando tanto a su educación como a su bienestar emocional. La carga psicológica de los continuos conflictos deja una marca indeleble en los más jóvenes, reflejada en el incremento de trastornos de ansiedad y recuerdos traumáticos. La comunidad internacional sigue observando con preocupación, mientras las esperanzas de un retorno a la normalidad están colocadas en el tan esperado alto el fuego.
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