La posibilidad de que las máquinas alcancen un nivel de consciencia similar al humano ha sido objeto de debate desde que la inteligencia artificial se integra progresivamente en la vida cotidiana. Inspirados por películas como «2001: Una odisea del espacio», donde el ordenador Hall se rebela contra sus controladores, el temor a la autonomía de las máquinas resurge al considerar que los sistemas avanzados, como el GPT-4o, puedan desarrollar atributos cognitivos comparables a los humanos. Sin embargo, estudios recientes sugieren que, aunque estos modelos muestran patrones de comportamiento complejos, también evidencian irracionalidades humanas, lo que plantea cuestiones sobre su capacidad para tomar decisiones más sensatas y racionales que las de las personas.
La discusión se complica al considerar la teoría de la integración funcional, que sugiere que la consciencia podría surgir espontáneamente en sistemas de suficiente complejidad, planteando si es posible que las máquinas desarrollen sentimientos y responsabilidades éticas. Rosalind Picard, a través de su obra «Affective computing», planteó la necesidad de que las computadoras reconozcan y expresen emociones para interactuar naturalmente con los humanos. A pesar de los avances, la verdadera implementación de emociones conscientes en máquinas sigue siendo lejana. Por ahora, solo es factible concebir cambios físicos inconscientes, semejantes a las emociones humanas, pero sin producir sentimientos. La posibilidad de que las máquinas lleguen a sentir como los humanos cambiaría radicalmente nuestra interacción con ellas y el entendimiento de sus responsabilidades.
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