El fenómeno en cuestión no es una patología psiquiátrica como comúnmente se cree, sino un problema físico que tiene su origen en un grupo de neuronas que provocan las crisis. Esta condición, a menudo malinterpretada, afecta la actividad cerebral de manera particular pero no impide que la mayoría de quienes la padecen lleven una vida cotidiana. De hecho, los datos indican que siete de cada diez pacientes pueden tener una existencia normal, manejando su situación con tratamientos adecuados y ajustes en su estilo de vida. Esta información es crucial para combatir los estigmas y malentendidos asociados a este problema de salud.
En el ámbito médico, entender mejor esta condición puede no solo mejorar los tratamientos, sino también la calidad de vida de quienes la experimentan. La visibilidad de esta información es necesaria para educar tanto al público general como a las familias y personas afectadas sobre la verdadera naturaleza de estas crisis. Al desterrar la noción errónea de que se trata de un desorden mental, se pueden establecer mejores políticas de atención y crear un entorno más comprensivo y apoyado por la comunidad médica y la sociedad en general.
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