San Juan de Unare, un apacible pueblo pesquero de la costa caribeña, se ha visto envuelto en una trágica espiral de violencia ligada al narcotráfico. Durante más de dos décadas, el área se convirtió en un corredor para el tráfico de drogas, lo que llevó a disputas mortales entre clanes y a una escalada de asesinatos. La reciente destrucción de una lancha en aguas internacionales por parte de fuerzas estadounidenses, que acabó con la vida de once jóvenes del pueblo, ha aumentado la tensión entre Caracas y Washington. Según autoridades estadounidenses, la embarcación transportaba drogas hacia Trinidad y Tobago, mientras el presidente Donald Trump defiende la acción como una medida necesaria contra los cárteles. Por su parte, Nicolás Maduro denuncia la agresión como un pretexto para la intervención militar y se prepara para movilizar a millones de venezolanos en defensa del país.
El incidente ha puesto a San Juan de Unare bajo los reflectores internacionales. Este pueblo, última parada en una deteriorada carretera en dirección a la Península de Paria, es ahora un símbolo de los estragos del crimen organizado en el Estado de Sucre, una de las regiones más pobres y violentas de Venezuela. La respuesta del gobierno venezolano ha sido militarizar el área, mientras videos sobre la tragedia circulan en redes sociales. La presencia de bandas criminales, incluyendo las dedicadas al tráfico de personas, ha sido documentada por expertos como Ronna Rísquez, quien describe el control del narcotráfico en la zona. La comunidad internacional, encabezada por figuras como la primera ministra trinitense Kamla Persad-Bissessar, ha reaccionado con duros comentarios sobre el infinito sufrimiento que el narcotráfico ha causado en la región.
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