Durante la primera reunión de su gabinete, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció su decisión de imponer aranceles del 25% a las importaciones de la Unión Europea, afectando a todos los productos, no solo a los vehículos europeos como inicialmente se había mencionado. Trump justificó estas medidas alegando que la Unión Europea fue creada con la intención de perjudicar a Estados Unidos. En su discurso, además, vinculó estas decisiones arancelarias a temas de inmigración y control de drogas, presentándolas como una herramienta de presión para que otros países cumplan con sus demandas. La fecha prevista para la entrada en vigor de los aranceles a México y Canadá generó confusión, al ser inicialmente mencionada como el 2 de abril, aunque luego fue corregida al 4 de marzo por el secretario de Comercio, generando desconcierto sobre el verdadero plazo concedido.
Ante el escenario internacional, China ya ha implementado contramedidas similares contra Estados Unidos, y en medio de las tensiones comerciales, Trump ha anunciado investigaciones sobre las importaciones de cobre, insinuando posibles aranceles en ese sector estratégico para la economía y seguridad nacional. A pesar de estas amenazas, los economistas continúan afirmando que una guerra comercial no resolvería el déficit comercial de Estados Unidos y que, al contrario, estos aranceles incrementarían los precios para los consumidores estadounidenses. Tanto México como Canadá han optado por negociaciones antes de responder con aranceles propios, buscando mitigar el impacto de estas decisiones en sus economías. La estrategia de Trump se enmarca así en una política de presión y estrategia comercial que aspira a consolidar la autosuficiencia económica del país norteamericano.
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