En la madrugada del próximo domingo, España atrasará sus relojes una hora, marcando el comienzo del horario de invierno, un cambio que provoca que amanezca y anochezca más temprano. Esta práctica, vigente desde la crisis energética de los años setenta, busca optimizar el uso de la luz solar para reducir el consumo eléctrico. Sin embargo, recientes estudios indican que el ahorro energético es mínimo, lo que ha llevado al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a anunciar que propondrá al Consejo de Europa finalizar con este ajuste horario. A pesar de que la medida recibe apoyo de países como Finlandia y Polonia, el cambio requiere consenso europeo, lo que ha reavivado el debate sobre sus implicaciones para la salud y la economía.
El cambio de hora genera opiniones divididas entre expertos. Algunos, como el profesor Manolis Kogevinas, argumentan que sincroniza al ser humano con el ciclo natural de luz y oscuridad, siendo apenas perceptible para el cuerpo. No obstante, especialistas como la doctora Celia García Malo advierten sobre su impacto negativo en el sueño, especialmente en poblaciones vulnerables como niños y ancianos. Mientras entidades como la Sociedad Española del Sueño abogan por mantener el horario de invierno de forma permanente, una encuesta del CIS revela que el 66% de los españoles preferiría mantener el horario de verano. El Parlamento Europeo votó en 2019 a favor de abolir el cambio, pero falta el consenso del Consejo Europeo para implementar la medida, un paso aún sin resolver debido a la falta de acuerdo entre los países miembros.
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