Paul Newman emergió en Hollywood como la continuación de una tradición de actores intensos y teatrales, en la línea de Montgomery Clift y Marlon Brando, quienes habían definido al héroe trágico de la gran pantalla. Con su profundo carisma y habilidad actoral, Newman se consolidó rápidamente como una figura icónica, capaz de capturar papeles complejos que requerían una mezcla de vulnerabilidad y fuerza interna. A lo largo de su carrera, supo navegar entre el drama y la tragedia, dejando una huella imborrable en la industria cinematográfica.
Por otro lado, Robert Redford representaba una versión más moderna del actor hollywoodense. Sin la intensidad teatral de sus predecesores, Redford aportó una complejidad distinta, caracterizada por un enfoque más relajado y natural en sus interpretaciones. Su habilidad para captar la esencia de personajes complejos, pero con una sutileza que evitaba el dramatismo excesivo, lo posicionó como una figura igualmente influyente. Juntos, Newman y Redford ofrecieron un contraste fascinante de estilos que enriqueció el cine en su época, destacando por su habilidad para evolucionar al ritmo de las cambiantes expectativas del público.
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