Este verano, marcado por intensas olas de calor y un agitado periodo vacacional, se ha consolidado en España como el «verano de los sin título». La clase política, caracterizada cada vez más por sus escándalos de corrupción y mediocridad, ha cumplido con creces las expectativas de patetismo en un momento en el que la confianza ciudadana parece desvanecerse. Mientras algunos personajes políticos podrían inspirar letras de canciones alrededor de esta problemática, la realidad es que su ineficacia se ha vuelto tan alarmante como un fenómeno paranormal, dejando a la población en una situación de creciente descontento.
En este contexto, emergen diversas categorías de impostores aleccionados en las artes de la deshonestidad. Desde los que falsifican títulos académicos hasta aquellos que, sin vergüenza alguna, proclaman méritos inexistentes, la política española se ha visto invadida por una creciente cultura de la mediocridad y el minimum effort. A pesar de sus engaños y de la consiguiente falta de consecuencias, estos políticos persisten en sus puestos, fomentando un ambiente en el que la supervivencia sobrepasa a la honestidad y el talento. Este panorama sugiere que la generación actual de líderes está más centrada en el mantenimiento de su estatus que en el servicio público, dejando al electorado en una difícil elección entre lo que hay y lo que debería ser.
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