La reciente caída del régimen de Bashar al-Asad marca el fin de más de cinco décadas de dominio del clan alauí en Siria, un periodo caracterizado por una fuerte represión y control autoritario. Este acontecimiento histórico no solo significa el colapso de un régimen, sino también el fin de una estrategia de poder del régimen sirio basada en el temor y la brutalidad como herramientas de control social y político. Durante este tiempo, el gobierno de los Asad mantuvo una férrea postura de autoridad y consolidó un entramado de alianzas internacionales, con un enfoque particular hacia Teherán, que alteró el equilibrio de poder en Oriente Próximo.
La disolución del régimen en Damasco también desbarata una de las alianzas geopolíticamente más relevantes de la región, la que existía entre Siria e Irán. Esta relación, que durante mucho tiempo ha sido piedra angular en el panorama diplomático de Oriente Próximo, afronta ahora un futuro incierto. La conexión Damasco-Teherán ha sido fundamental en la configuración de la política regional, sosteniendo alianzas inherentes a la resistencia frente a potencias occidentales y a la expansión de la influencia iraní. Con el derrocamiento de Asad, se prevé una reconfiguración de las dinámicas políticas en la región, lo que presenta nuevos retos y oportunidades tanto para actores locales como para potencias globales interesadas en el devenir del Oriente Próximo.
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