En los años transcurridos desde el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018, Arabia Saudí ha experimentado una notable transformación en el ámbito diplomático internacional. Inicialmente condenada y aislada por gran parte de la comunidad mundial, especialmente por la administración de Joe Biden que prometió convertir a los saudíes en «parias», la monarquía saudí ha logrado reposicionarse estratégicamente, convirtiéndose en un anfitrión clave en las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia sobre el conflicto en Ucrania. Este movimiento es parte de un esfuerzo consciente por parte del príncipe heredero Mohamed bin Salman para rediseñar la imagen de su país, aprovechando su rol como mediador para alejarse de su reputación de régimen ultraconservador y proscrito y en cambio, presentarse como una potencia media crucial en un mundo cada vez más multipolar.
La transformación saudí también refleja un deseo de diversificar tanto su economía, fuertemente dependiente del petróleo, como sus relaciones internacionales. Para los analistas, esta estrategia dual busca crear un equilibrio entre sus vínculos tradicionales con Estados Unidos y su deseo de cultivar nuevas relaciones con potencias como Rusia y China. La reciente organización de reuniones de alto nivel en Riad no solo destaca la habilidad de Arabia Saudí para desempeñar un papel de mediador, sino que también facilita la búsqueda de estabilidad en una región volátil, esencial para las ambiciones de inversión económica del país. Al actuar como facilitador y pacificador en conflictos internacionales, el reino saudí está forjando nuevas alianzas y está siendo reconocido como un actor influyente en la política global, desafiando el monopolio de mediación tradicionalmente dominado por potencias occidentales.
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