La construcción de la Fuente del Lozoya marcó un hito en la historia urbana, transformando la infraestructura hídrica de la ciudad y poniendo fin a prácticas insalubres como el famoso «¡Agua va!». Inspirada en un monumento italiano, esta obra moderna no solo trajo consigo mejoras en la calidad del agua potable, sino que también contribuyó a la reorganización del espacio público, fortaleciendo el desarrollo urbano y social. La fuente simbolizó una nueva era de higiene y progreso, reflejando el deseo de la ciudadanía por una modernización acorde con otros importantes centros europeos.
Este cambio estructural impactó profundamente en el día a día de los habitantes, mejorando su calidad de vida al erradicar viejas costumbres relacionadas con el manejo ineficiente del agua. La implementación de sistemas más avanzados no solo elevó los estándares de salubridad, sino que impulsó una transformación cultural en torno al uso del agua y los hábitos ciudadanos. Este avance es recordado como un catalizador del desarrollo que abrió el camino a futuras innovaciones urbanísticas, consolidando así una infraestructura más eficiente y segura para las generaciones venideras.
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