El gobierno laborista de Keir Starmer, que llegó al poder en el Reino Unido en julio con grandes promesas económicas, enfrenta crecientes desafíos seis meses después de haber asumido. A pesar de sus intentos por revivir la economía británica, el Producto Interno Bruto continúa estancado y los temores de estanflación han aumentado. En un esfuerzo por revertir la situación, la administración propuso una serie de reformas económicas, incluyendo un controvertido aumento de impuestos a empresas y rentas altas. Starmer busca fortalecer la inversión con un plan de desregularización urbanística y medioambiental, destacando la construcción de una tercera pista en el aeropuerto de Heathrow, una medida que ha sido resistida durante décadas por motivos medioambientales. La ministra de Economía, Rachel Reeves, sostiene que estos proyectos son vitales para el crecimiento económico, alineándose con la visión de Starmer de un progreso equiparable a las reformas significativas de épocas anteriores.
No obstante, el descontento es palpable tanto en la opinión pública como entre los líderes empresariales. El índice de desaprobación del gobierno de Starmer ha alcanzado un pico del 64%, y las críticas llueven no solo desde sectores medioambientales, sino también desde figuras clave como el alcalde de Londres, Sadiq Khan. A pesar de las promesas de cimentar un “Silicon Valley de Europa” entre Oxford y Cambridge, la comunidad empresarial, representada por Stephen Phipson de Make UK, ha expresado escepticismo ante las políticas que consideran contradictorias. Mientras las reformas laborales planteadas buscan seguridad para la clase trabajadora, las tensiones con los sindicatos podrían aumentar, al igual que con los sectores corporativos. En este contexto, Starmer y Reeves se embarcan en un arduo camino para restaurar la confianza en su liderazgo y avanzar hacia un crecimiento sostenible en el Reino Unido.
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