Bartolo, conocido cariñosamente como Tolo, se ha convertido en una figura peculiar y entrañable en el barrio madrileño donde reside. Con su físico inusual, que recuerda a un cojín o un puf, Tolo ha capturado la atención de los vecinos y visitantes que se detienen a saludarlo en sus paseos diarios. Su estampa curiosa y amable actitud le han ganado un lugar especial en el corazón de la comunidad, destacándose no solo por su aspecto sino también por la alegría que irradia.
A menudo, Tolo es visto acompañando a su dueño por las calles, recibiendo caricias y muestras de afecto de quienes se encuentran en su camino. Su presencia se ha vuelto un elemento pintoresco del barrio, donde es común escuchar historias y anécdotas sobre su carácter bonachón y su particular estilo de caminar, que muchos describen como hipnótico. Tolo representa para muchos un símbolo de la cotidianidad y los pequeños placeres que ofrece la vida urbana, dejando una huella de simpatía y ternura en su entorno.
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