James Carter, el 39º presidente de Estados Unidos, es recordado como un líder cuya bondad y benevolencia, virtudes debatidas para un gobernante, marcaron su mandato. Nacido en Plains, Georgia, en un contexto de segregación racial, Carter desarrolló una carrera política que llegó hasta la presidencia tras vencer a Gerald Ford en las elecciones de 1976. Durante su gobierno, impulsó políticas de integración racial a pesar de las profundas divisiones de la época. Su mandato se destacó por un enfoque idealista y no belicista, el cual se reflejó en acciones como la retirada de ayuda a las dictaduras sudamericanas y la imposición de sanciones a regímenes opresores en Sudáfrica y Rodesia. Sin embargo, Carter enfrentó graves desafíos internacionales, como la crisis de los rehenes en Irán y la invasión soviética de Afganistán, situaciones que erosionaron su popularidad.
En política interna, Carter lidió con una economía en dificultades, marcada por alta inflación y problemas energéticos. Aunque logró acuerdos internacionales significativos, como la entrega del canal de Panamá a su soberanía nacional y el acuerdo de paz entre Egipto e Israel, su administración no logró mantener el respaldo popular. La campaña de 1980 lo vio superado por Ronald Reagan, quien capitalizó en las debilidades percibidas de su presidencia. Tras su mandato, Carter optó por una vida lejos de la política convencional, dedicada al activismo global y humanitario, destacando por sus intervenciones en conflictos internacionales y su contribución a los «Elders», grupo de líderes retirados comprometidos con causas globales. A pesar de las críticas y fracasos, su legado como un hombre de principios y moral en un mundo de moral relativa persiste, ofreciendo una visión contraria a la tendencia de enriquecimiento post-presidencial común en sus sucesores.
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