En la nueva producción de Alex Garland, 28 años después, se entrelazan elementos de crítica social y el estilo característico de su cine, además de una notable misantropía británica. La secuela de la icónica obra de terror de 2002, co-dirigida con Danny Boyle, sitúa al espectador en una Inglaterra devastada por un virus letal. Con un elenco destacado que incluye a Jodie Comer y Ralph Fiennes, la narrativa incluye toques espeluznantes, pero uno de sus giros más osados ha generado reacciones distintas en audiencia británica y extranjera. La aparición de Jimmies, una secta excéntrica, provoca debate al ser vista por forasteros como una mera extravagancia, mientras que para los británicos, adquiere connotaciones perturbadoras al recordar la figura de Jimmy Savile.
Este personaje, presentador de la BBC muy querido durante su vida, fue desenmascarado tras su muerte como un depredador sexual con cientos de víctimas. Dentro de la trama, la adoración de la secta hacia Savile refleja una crítica feroz a la cultura popular británica y su negación de los crímenes que afectaron a muchas personas. La representación de los Jimmies no solo inserta este contexto sombrío dentro del universo postapocalíptico del filme, sino que también plantea preguntas sobre la percepción de figuras públicas y el olvido de sus actos atroces. La decisión de Garland y Boyle de incluir a Savile resuena con el pasado oscuro de la sociedad británica, ofreciendo una crítica que, aunque puede parecer extrema, busca confrontar viejas heridas aún no sanadas.
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