La Catedral de León alberga un curioso y significativo artefacto conocido como el «espantadiablos», una figura de 40 centímetros de altura tallada en madera en el siglo XVII. Esta pieza, cuya articulación le permite adoptar diversas posturas, se destaca por su inquietante expresividad facial. Su propósito original era ahuyentar demonios en un convento del siglo XVI, reflejando los controles sociales impuestos por la religión sobre las mujeres consagradas, obligadas a mantener la pureza física y espiritual. La figura, característica de los conventos de clausura, pretendía disipar el deseo sexual entre las monjas a través de su representación visual desafiante.
La historia del espantadiablos ilumina un aspecto fascinante de la vida conventual de la época, dominada por la superstición y el rigor moral autoimpuesto, en un entorno donde el Tribunal de la Santa Inquisición combatía supuestas herejías. Este contexto, reflejado en episodios como el de las «endemoniadas del San Plácido» en Madrid, evidencia el nivel de coerción psicológica y física a que eran sometidas las monjas. La figura de espantadiablos no solo forma parte de la Catedral de León, sino también del folclore y la cultura popular, incluso cruzando fronteras geográficas y religiosas, al encontrarse piezas similares en otras latitudes, como el Museo Oriental de Valladolid.
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