En la política contemporánea estadounidense, la presidencia de Donald Trump ha sido emblemática por su impacto sociopolítico, profundamente influenciado por una élite económica que tradicionalmente operaba detrás de bambalinas. Esta élite, comúnmente referida como el «1%», ha optado por desmantelar las estructuras diseñadas para mitigar la desigualdad socioeconómica de manera directa, lo cual ha intensificado la polarización social. Este fenómeno plantea una paradoja, puesto que Trump fue elegido mediante el voto de sectores que a menudo se perciben como opuestos a los intereses del 1%, principalmente trabajadores de clase media baja. Este cambio en el modus operandi de la élite, renunciando al disfraz y actuando abiertamente, plantea preguntas sobre el futuro de la democracia y la capacidad del sistema político para resistir las presiones oligárquicas.
Simultáneamente, en el ámbito socio-cultural, existe una creciente fascinación por la vida y las dinámicas de los ultrarricos, como reflejan producciones cinematográficas y televisivas contemporáneas. Estas narrativas ofrecen una mirada antropológica al mundo de los ricos, destacando no solo sus privilegios, sino también sus deshumanizadas ambiciones y excesos. Series como «Sucesión» y películas como «El triángulo de la tristeza» incitan al público a reflexionar sobre el efecto corrosivo de la riqueza sin límites. Esta fascinación también se refleja en la figura de Trump, donde el magnetismo radica en la espectacularidad y la audacia de sus acciones. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿hasta qué punto esta fascinación por el poder y el dinero determina la percepción pública, y cómo afecta esto a la política en un panorama donde la realidad a menudo refleja la ficción? En última instancia, el ciclo de ascenso y caída de estos «héroes» contemporáneos presenta una narrativa de éxito temporal y amarga decadencia.
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