El legado de Artur Mas en forma del proyecto Hard Rock ha dejado una impronta imborrable en la política catalana, provocando relevantes turbulencias a lo largo de los años. Este macrocasino, inicialmente visto como una fuente de revitalización económica para Tarragona, se ha convertido en un desafío político que no solo afectó al Govern de Pere Aragonès (ERC), sino que ahora complica el camino de Salvador Illa, líder socialista. A pesar de que en tiempos pasados el socialismo abogó por este desarrollo, la actual presión por parte de sus socios de gobierno, como los Comunes y la CUP, hace tambalear el sosiego de Illa, al obligarle a reconsiderar el controvertido proyecto. Esta herencia política sigue agitando las aguas, obligando a los actores involucrados a maniobrar en este complicado tablero, en el que las alianzas y las convicciones se examinan constantemente.
El presente del proyecto Hard Rock se describe como un campo minado de decisiones postergadas y tensiones latentes. Salvador Illa, acorralado por las expectativas y la presión de sus socios, se enfrenta a una encrucijada que no permite fáciles escapatorias. A pesar de las críticas, continúa explorando modos de minimizar el impacto del conflicto político, consciente del potencial costo económico de la cancelación del proyecto. Mientras tanto, el Govern se ahorra decisiones definitivas por medio de estudios de impacto ambiental adicionales, postergando la confrontación final. Esta evasiva estrategia gubernamental refleja la complejidad del escenario, en el que el macrocasino permanece como un símbolo de disputas no resueltas y decisiones políticas heredadas que aún dividen a Catalunya.
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